A veces uno entra con toda la actitud, creyéndose el gallo del corral, y sale con la mirada perdida, buscando quién apagó la luz. Eso justo le pasó a Santiago Ponzinibbio, el peleador argentino que durante años se rifó como un verdadero guerrero en la UFC, pero que en su última pelea se llevó un recordatorio de esos que duelen más que un domingo sin barbacoa: un nocaut que hizo eco por todo el mundo de las MMA.
El vato llegó con historia, con carrera, con orgullo latino. No cualquiera llega a pelear en la UFC, y menos mantener el nombre en alto durante tantos años. Pero como dicen por ahí: “no hay héroe que no tenga su caída”, y a Ponzinibbio le tocó probar lona de manera brutal.
Fue el 4 de mayo de 2025, en Des Moines, Iowa. Una de esas noches donde la UFC arma su show, mezcla sangre con espectáculo y mete a dos gladiadores a darse con todo en la jaula. El rival: Daniel Rodríguez, otro perro bravo, otro que no llegó de paseo.
Desde el primer campanazo se notaba que no iba a ser una pelea de tanteo. Ambos salieron a dar y recibir. Pero conforme pasaban los segundos, el panorama empezó a nublarse para el argentino. Rodríguez se veía más suelto, más rápido, y lo más cabrón: con una precisión que asustaba.
Y entonces llegó. El momento exacto que los highlights repiten una y otra vez. Rodríguez conecta un izquierdazo que no venía solo, venía con coraje, con estrategia, con cálculo. Ponzinibbio se fue al suelo como árbol talado, y ahí mismo el referee dijo “ya estuvo, compadres”, porque no había necesidad de que siguiera. La reacción de Ponzinibbio fue lo más llamativo. En vez de quedarse tirado, se levantó —como pudo— enojado porque el pensaba que podía seguir peleando y que la pelea no debió haber sido detenida.
El declive de un guerrero
Este no fue el primer tropiezo de Ponzinibbio en los últimos años. Después de haber estado en lo alto del ranking, con una racha de siete victorias seguidas y hasta soñando con el cinturón, vinieron las lesiones, los descansos forzados y las derrotas. El tiempo pasa, el cuerpo cobra factura, y en este deporte no hay piedad ni para las leyendas.
El argentino, conocido por su estilo agresivo y sus combinaciones explosivas, había tenido momentos memorables. Aquel nocaut a Neil Magny en Argentina fue poesía pura. Pero también es cierto que desde su regreso tras una larga ausencia por lesión, no volvió a ser el mismo. Como si le hubieran robado media alma de guerrero.
¿Qué sigue para Ponzinibbio?
Después de una derrota así, las preguntas llueven. ¿Se retira? ¿Busca una última pelea de redención? ¿Cambia de categoría? ¿Se va a narrar peleas como hacen otros ex luchadores?
Ponzinibbio tiene 38 años. No es viejo, pero tampoco es joven para esta madre. Cada entrada al octágono le cobra interés al cuerpo. Y aunque el corazón quiera seguir, los reflejos a veces ya no cooperan.
En redes sociales hubo de todo: desde quienes lo defienden y lo llaman leyenda, hasta los que ya piden su retiro. Pero el único que tiene derecho a decidir es él. Nadie más ha sangrado ahí adentro como él. Nadie más se ha subido a aguantar madrazos por casi dos décadas representando a toda Latinoamérica.
El respeto del gremio
Una cosa que no se puede negar es que Ponzinibbio se ha ganado el respeto del medio. En la UFC no regalan contratos, ni peleas estelares, ni menos respeto. El argentino, con su estilo frontal y su voz fuerte, fue durante años un embajador del MMA latino. Habló claro, defendió a los suyos, y se rifó contra los mejores.
Daniel Rodríguez, su verdugo aquella noche, lo dijo claro tras la pelea: “Es un guerrero. Fue un honor pelear con él”. Y eso dice mucho. Porque en el octágono uno se puede llevar un madrazo, pero el respeto verdadero se gana con todo lo que haces antes y después de la pelea.
El lado crudo del deporte
Este tipo de historias nos recuerdan que la UFC no es puro show. Es un deporte cabrón, sin compasión. Aquí no hay empates, no hay segundas oportunidades si pestañeas. Un solo error, una sola distracción, y terminas como Ponzinibbio: con la cara en la lona y el alma flotando.
También es un aviso para los fans. A veces idealizamos a los peleadores, los vemos como semidioses indestructibles. Pero son humanos. Tienen días malos, lesiones, dudas, miedos. Se enfrentan al dolor, al fracaso, a la presión constante de mantenerse vigentes.
Y justo eso es lo que hace este deporte tan adictivo. Ver cómo se levantan, cómo responden a la adversidad, cómo siguen dando la cara, incluso después de una caída brutal.
¿El último round?
No sabemos si esta fue la última pelea de Santiago Ponzinibbio. Tal vez sí. Tal vez no. Pero lo que sí sabemos es que su legado ya está escrito. Desde su debut en The Ultimate Fighter: Brazil, pasando por sus batallas en eventos numerados, hasta llegar a los estelares, su camino fue de esos que se cuentan con orgullo.
En un deporte donde la mayoría se queda en el camino, él llegó, peleó y dejó huella. Se convirtió en referente, en símbolo, en bandera para miles de fans latinos que soñaban con verlo campeón.
Si decide colgar los guantes, que sea con la frente en alto. Y si decide seguir, pues que lo haga con la misma pasión que siempre mostró. Pero que nadie, absolutamente nadie, se atreva a decir que Santiago Ponzinibbio no fue un chingón de verdad.
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