El Canelo Álvarez y su victoria deslucida ante William Scull: ¿Ganó o nomás cumplió con el trámite?

 La pelea de este fin de semana entre Saúl “Canelo” Álvarez y William Scull fue, en pocas palabras, como ir a una taquiza donde te prometen barbacoa y terminas comiendo pura ensalada. Una decepción. No porque el mexicano haya perdido, que no fue el caso, sino porque su triunfo dejó a muchos con cara de “¿eso fue todo?”. El ring del T-Mobile Arena fue testigo de un combate que, en vez de prender al público, lo dejó cabeceando de aburrimiento.

Canelo Álvarez vs William Scull (imagen: www.record.com.mx)

Y es que una cosa es ganar, y otra es convencer. Y si bien el tapatío sigue aumentando su récord con otra victoria más —esta vez por decisión unánime—, el sabor que dejó fue bastante amargo. Como cuando compras unas papas con salsa y te salen más aire que botana. Así se sintieron muchos aficionados del boxeo.

El combate: más trámite que guerra

Desde el primer round, Canelo se mostró cómodo. Demasiado cómodo. No parecía tener prisa, ni intención de buscar un nocaut. Scull, por su parte, puso resistencia, pero sin arriesgar demasiado. No fue una guerra, fue una especie de danza, pero sin ritmo ni sabor.

El cubano William Scull aguantó firme los doce asaltos. Es cierto que no lo vimos tambalearse ni llevarse un castigo severo, pero tampoco vimos al Canelo tirar combinaciones con hambre de campeón. El jalisciense lo boxeó con calma, como si supiera que tenía el partido ganado desde el vestidor. Y eso, pa' muchos, fue precisamente el problema: no mostró ganas, ni agresividad, ni hambre.

El show mediático: más ruido que nueces

Después de la pelea, las redes sociales se prendieron, pero no para aplaudir. Los comentarios se dejaron venir como avalancha. Desde David Faitelson, ahora en Televisa, que no se midió al tachar al Canelo de "decadente", hasta José Ramón Fernández —o bueno, su hijo Juan Pablo— que también le dio con todo en Twitter. El sentir general: la pelea fue un somnífero.

Por su parte, William Scull se aventó una declaración que dejó frío a más de uno: “Me ganaron sin darme golpes”. ¡Tómala! Con eso le bastó para encender la conversación. Porque sí, no se le vio muy dañado, y eso levanta cejas. No es que Canelo no haya conectado, pero no lo hizo con esa chispa que antes lo caracterizaba.

¿Y el Canelo? ¿Qué dijo?

Canelo, con su típico temple de “me vale madre lo que digan”, aseguró que hizo una pelea inteligente. Que boxeó a su ritmo y que ganó con claridad. Y, siendo sinceros, los jueces estuvieron de acuerdo: tarjetas 119-109, 118-110 y 120-108. O sea, barrida completa. Pero, como dicen en el barrio: una cosa es ganar en el papel, y otra es ganarse al público. Y esta vez, el público no salió satisfecho.

El Canelo Álvarez  (imagen: www.skysports.com)

¿Se le acabó el hambre?

Hay quienes dicen que a Canelo ya no le interesa pelear por gloria. Que su carrera está en modo piloto automático. Cobra, cumple, se va. Como empleado de oficina que llega, ficha, calienta la silla y se va a la hora. Puede sonar duro, pero cuando ves que la intensidad ya no es la misma, no queda más que pensar que algo cambió.

Hace algunos años, Canelo se partía la madre arriba del ring. Tenía explosividad, buscaba el nocaut, levantaba al público. Hoy, su boxeo es más conservador, más táctico, sí… pero también menos emocionante. Y en un deporte que vive del espectáculo, eso pesa.

El problema de las expectativas

A lo mejor también es culpa nuestra. Le exigimos tanto al Canelo que ya cualquier cosa que no sea un nocaut brutal, nos sabe a poco. Pero también es cierto que él se vendió como el mejor libra por libra, el más grande, el que venía a romper madres. Entonces, si tú te pones esa etiqueta, tienes que respaldarla.

La gente no paga boletos o PPV para ver un sparring. Quiere ver sangre, drama, emoción. Y con Scull no hubo nada de eso. Fue una pelea técnica, sí. Dominada por el mexicano, sí. Pero sin chispa, sin alma. Como una chela sin gas.

¿Y ahora qué?

Muchos ya se preguntan si el Canelo debería colgar los guantes. Pero aún hay tela de dónde cortar. Las voces piden a David Benavidez, un rival joven, agresivo, que sí podría ponerlo a prueba. Incluso hay quienes sueñan con una revancha contra Dmitry Bivol. Pero la pregunta es: ¿realmente Canelo quiere eso?

Él dice que sí. Que sigue con hambre. Que aún tiene gasolina. Pero su actuación contra Scull dice otra cosa. Dice comodidad, dice control, pero también dice “ya no tengo nada que demostrar”.

El legado en la balanza

No hay que olvidar que Canelo es uno de los mejores boxeadores mexicanos de la historia. Eso no se lo quita nadie. Pero si sigue en este modo pasivo, va a terminar recordado más por sus negocios y lujos, que por sus últimas peleas. Y eso sería una lástima.

Su legado merece cerrarse con grandes batallas, no con trámites. Porque los grandes no se retiran por la puerta de atrás, lo hacen dejando todo en el ring. Y, por ahora, ese fuego parece apagado.

Conclusión: la victoria más cuestionada

El triunfo de Canelo sobre William Scull quedará en los libros como una victoria más. Pero en la memoria de los fans, será difícil borrarla como una noche donde el campeón fue, ganó… y se fue sin dejar huella.

El ring no solo es para ganar, es para emocionar. Y esta vez, Canelo se quedó corto. Muy corto.


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