La historia de Alex Pereira no es cualquier cuento de hadas, ni mucho menos un rollo motivacional barato de esos que te avientan en las redes con musiquita triste. Lo de este vato es de verdad. Es de esos relatos que te hacen pensar dos veces antes de quejarte porque “estás cansado” o porque “no te alcanza”. Alex nació en la mera mata de la favela brasileña, con todo en contra desde el día uno. Pero agárrate, porque este bato salió desde lo más rascuache y ahora es campeón de UFC, nada menos.
Imagínate tener que dejar la escuela a los 12 años porque el dinero no alcanza ni para los frijoles. Eso hizo Alex. Se metió a trabajar a un taller mecánico para ayudar a la familia. Nada glamuroso, pura grasa, ruido y hambre. Mientras otros morros se quejaban porque no les compraban el nuevo Play, este vato ya estaba chambeando como adulto.
El barrio donde creció era una chulada… para morir rápido. Pobreza, droga, violencia y un ambiente que te jala hacia abajo como arena movediza. Y pues claro, cayó en lo que muchos caen: el chupe. A los 16 años ya andaba dándole duro al trago. No de vez en cuando, no para el relax… diario. Como quien se toma un cafecito, así se empinaba las chelas. Era su manera de escapar, de anestesiarse de una vida que no parecía tener salida.
Pero ahí es donde empieza la magia. En lugar de irse por el hoyo, encontró algo que lo sacó del vicio: el deporte. Empezó en el kickboxing. Al principio era puro desmadre, pero pronto se dio cuenta que era bueno. No bueno como “ah, le echa ganas”, sino bueno de verdad, con manos pesadas como ladrillo mojado.
Y aquí es donde la historia se empieza a poner sabrosa. Porque sí, se metió de lleno al kickboxing y empezó a subir como espuma. Se convirtió en campeón en Glory, que para quienes no lo sepan, es la crema y nata del kickboxing mundial. No era una moda, ni un intento. El bato traía con qué.
Pero ahí no paró. Porque si algo tiene Pereira es que no se conforma. Dio el salto a la UFC, ese monstruo donde no cualquiera sobrevive. Y no solo entró, arrasó. Empezó a noquear a medio mundo. Su estilo es frío, calculador y letal. No hace show, no es de andar hablando como perico en conferencias. El callado que entra al octágono y te deja viendo estrellitas.
Uno de los momentos más cabrones de su carrera fue cuando se enfrentó a Israel Adesanya, otro monstruo. Nadie le daba chance, todos pensaban que lo iban a hacer pedazos. ¿Y qué pasó? Pues que el Alex lo noqueó. Así nomás. ¡Zas! Mano de piedra en la jeta, y al suelo. Campeón de peso medio. Y todo eso mientras cargaba el pasado de ser alcohólico, de haber crecido entre la miseria, de tener que partirse la madre desde morro.
Ah, y no olvidemos a su carnal del alma: Glover Teixeira. Otro peleador brasileño, ex campeón, que lo apoyó como mentor y amigo. Lo entrenó, lo cuidó, lo impulsó. Porque en esta vida nadie llega solo. Siempre necesitas banda chida que te jale pa'rriba.
Después, en un giro que pocos esperaban, Pereira subió de categoría. Se fue al peso semipesado, y ¿qué crees? También fue campeón ahí. Como quien cambia de cancha y sigue metiendo goles. Lo suyo es pelear. Nació pa' eso.
Ahora bien, no es solo la historia de un peleador exitoso. Es la historia de un cabrón que le puso huevos a la vida. Que cuando todo apuntaba a que iba a terminar muerto o preso, decidió cambiar el guion. Dejó el alcohol, entrenó como animal y llegó a la cima.
Y no, no es un santo. Tiene su carácter, su forma seca de hablar, su estilo casi rudo. Pero eso es parte del paquete. No es una estrella de reality. Es un peleador de verdad. Uno que se rifó en la vida, y no solo en el octágono.
Hoy, millones lo admiran. Pero pocos entienden de dónde viene. Porque está cabrón juzgar a alguien sin saber su historia. Alex Pereira es el claro ejemplo de que no importa de dónde vienes, sino pa' dónde vas. Que si tienes hambre (de la buena), puedes voltear tu destino.
Su historia, además de inspiradora, es una cachetada con guante blanco para todos esos que se rinden fácil. Que se quejan porque “les va mal”. Este bato agarró su vida de los huevos y la reescribió. Y si él pudo, tú también puedes.
No todos tenemos que ser campeones de UFC, claro, pero todos podemos ponernos al tiro. Alex no es solo un peleador. Es símbolo de aguante, de rebeldía, de cambio. Y si alguna vez andas tirado, sin ganas, pensando que ya valió… acuérdate de este bato que se levantó desde el suelo, literal, y llegó a ser leyenda.
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