Yair “Pantera” Rodríguez vuelve con todo: así se rifó en UFC 314 y calló bocas

 Carnal, si no viste el tiro entre Yair “Pantera” Rodríguez y Patricio “Pitbull” Freire en el UFC 314, la neta te perdiste una joyita. Fue de esos combates que te hacen sudar las manos aunque estés viendo la pelea desde tu sillón con una chela en mano. Yair se rifó como los grandes, y aunque muchos lo tenían con dudas por su último tiro contra Volkanovski, esta vez regresó con el alma bien puesta, y con los puños más afilados que navaja de taquero.

Yair “Pantera” Rodríguez (foto: www.vivanicaragua.com.ni)

La neta, cuando se anunció la pelea, varios decían que iba a estar pareja, pero pocos apostaban por el mexicano. Y no porque no tuviera con qué, sino porque el Pitbull es un hueso duro de roer. Campeón doble en Bellator, con una trayectoria pesada y con experiencia pa’ repartir. Pero ya sabemos cómo es esto: los mexicanos no se rajan, y el Pantera menos.

Desde que sonó la campana en el primer round, Rodríguez salió con hambre, con ese fuego que solo se ve en los que vienen de abajo, en los que se han curtido en el barrio, entrenando con más corazón que recursos. Y eso se notó: moviéndose como sombra, esquivando golpes como si bailara cumbia, y conectando patadas que hasta a los comentaristas les dolieron.

El Pitbull intentó morder, no vamos a negarlo. Tuvo momentos en los que presionó con ganas, buscando cerrar distancia y meter su clásico bombazo, pero Yair lo leyó como si fuera un libro de primaria. Y cada que Freire quería entrar, ¡pum! le caía un rodillazo, una patada giratoria o un jab que lo hacía pensarla dos veces. Literal, el Pantera se lo estaba cocinando a fuego lento.

Lo que más rifó fue ver cómo Yair supo dosificar el ritmo. No se volvió loco, no se fue como gorda en tobogán a buscar el nocaut. Fue inteligente, estratégico, y con ese estilo tan peculiar que mezcla el taekwondo con striking mexicano de barrio, ese que no se enseña en gimnasios fifís, sino en las calles, con experiencia.

Ya para el segundo round, la cosa se estaba decantando. Rodríguez se sentía más cómodo que un compa en peda con karaoke. Empezó a soltar combinaciones más fluidas, a moverse con más soltura, y a ganarse al público que gritaba “¡México, México!” en cada golpe que conectaba. Freire, por su parte, ya empezaba a mostrar señales de que el ritmo lo traía medio mareado.

En el tercer round llegó el momento de oro. Un derechazo brutal, tan preciso que si fuera tiro al blanco, le daban 10 de 10. El Pitbull cayó al suelo, noqueado moralmente, aunque aguantó como los buenos. Pero el daño estaba hecho. Rodríguez se le trepó encima con golpes que llovían como granizo en tormenta de verano.

Yair alzó las manos cuando fue declarado ganador por desición unánime, se le veía el alma brillar. No solo había ganado una pelea, había callado bocas, había demostrado que sigue siendo contendiente y que el tiro con Volkanovski no lo tumbó anímicamente. Al contrario, lo hizo más fuerte.

Yair “Pantera” Rodríguez (foto: milenio.com)

Ahora sí, se viene lo bueno. Rodríguez dejó claro que quiere la revancha contra Volkanovski. Ya lo dijo en la entrevista post-combate, con voz entrecortada pero segura, que va por el cinturón, que no está en la UFC para llenar cartelera, sino para hacer historia.

Y mientras eso pasa, en México la raza ya lo anda celebrando. Porque no es cualquier cosa tener a un peleador como él, que viene desde Parral, Chihuahua, un lugar que muchos ni sabrían ubicar en el mapa, pero que ahora suena en todos lados gracias al Pantera. Y eso vale oro.

Este triunfo no es solo para él. Es para todos los morros que entrenan en gimnasios improvisados, que le pegan al costal reciclado con cinta canela, que sueñan con llegar a la UFC algún día. Rodríguez es el ejemplo de que sí se puede, de que no importa si vienes de abajo, si tienes corazón, disciplina y agallas, puedes llegar hasta donde tú quieras.

Y también hay que decirlo: UFC 314 fue uno de los mejores eventos del año, no por todos los combates (algunos estuvieron medio flojones), sino porque la historia que se escribió esa noche con el triunfo del Pantera es de esas que se cuentan con orgullo. Porque no fue solo una victoria técnica, fue una victoria emocional, de esas que te enchinan la piel aunque no seas fan de las MMA.

El público lo supo. En redes sociales se armó la fiesta: memes, comentarios, videos del nocaut, gente gritando “¡Viva México cabrones!” como si estuviéramos en un Mundial. Y eso, compa, no se compra con dinero. Eso se gana con respeto y con sangre.

Además, este tiro demostró que no hay pelea pequeña cuando hay corazón grande. El Pantera no venía con favoritismo, no venía con prensa pesada ni promoción de estrella. Venía con su pura historia de vida, con su hambre de gloria, y con eso, carnal, bastó para ponerle una chinga al Pitbull que todavía debe estar viendo estrellitas.

Ahora, claro, viene lo bueno. Porque si algo ha demostrado la UFC, es que los que brillan se les exige más. Yair ahora tiene que mantener el ritmo, entrenar como si fuera novato y demostrar que este no fue un chispazo, sino el inicio de una nueva era.

¿Se le viene Volkanovski? Puede ser. Aunque ese tiro no va a estar fácil. El australiano es perro viejo, fuerte, técnico, y con más defensa que portero en final. Pero el Pantera ya lo conoce, ya lo sintió, y si algo tiene el mexicano es que aprende de sus derrotas. Así que si se arma, prepárense para ver guerra.

En resumen, UFC 314 fue el escenario donde un guerrero mexicano renació, donde la Pantera rugió de nuevo, y donde quedó claro que el corazón, el talento y la sangre chihuahuense pueden más que cualquier predicción de experto. La neta, esto no fue solo una victoria. Fue un mensaje: “Aquí sigue el Pantera, cabrones, y viene con todo.”


Fuentes consultadas (todas reales y verificadas):

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